domingo, 21 de septiembre de 2008

Memoria, docencia e institución.

Memoria, docencia e institución. ¿Una encrucijada en la formación?
Lic. Cecilia Baroni



“Algunas claves
del futuro
no están en el presente
ni en el pasado
están
extrañamente
en el futuro”

M. Benedetti.



Nuestro modelo actual de Universidad, desde su Ley Orgánica y algunos documentos, se proclama como un proyecto académico-político, tratando de incidir en la sociedad de la que forma parte, definiéndose como una institución social.
Para cumplir con este proyecto no debemos olvidar que nuestra Universidad durante la dictadura en nuestro país fue intervenida y que todavía podemos ver los efectos de dicha intervención. Por un lado en el vaciamiento de memoria institucional dada la destrucción de archivos, bibliotecas, la destitución de docentes referentes rompiendo con la trasmisión y formación docente de generación en generación, etc. Por otro en la tensión existente entre la contraposición de dos lógicas, dos éticas, dos proyectos: lo académico-político vs lo académico- empresarial. Si a esto le agregamos el incremento de ofertas a nivel terciario y de postgrado privado entenderíamos la preocupación por dar rápidamente respuesta a una demanda sociolaboral en lo que respecta a la formación.
En los últimos años la ecuación saber-poder comenzó a teñirse de valores en términos de mercado. Donde, en términos económicos, la educación y la obtención de un título pasan a ser una “inversión”, una llave de acceso al mundo del trabajo, por medio de la competencia y eficacia, complejizándose la ecuación a partir de la relación tiempo-dinero.
La educación pasa de ser un derecho, en términos de acceso al conocimiento y democratización del mismo, para convertirse en la capacitación necesaria para la obtención de un trabajo . Discursos y prácticas que enfrentan, tanto a nuestra Universidad como a sus docentes, a una encrucijada más, entre la formación y la capacitación .
Este predominio de la lógica empresarial parece llevarnos al “olvido” del proyecto político que nos convoca en tanto integrantes de la Universidad.
Es así que, marcados por una concepción neoliberal, aparece el individualismo, la desesperanza, colándose por todos lados una ética del mercado (Rebellato, 1995) que no da lugar a proyectos alternativos, sino a la creencia del fin de las utopías y de la historia.
Quedan muertos en el pasado los sueños, y la vertiginosidad del día a día no nos permite problematizar lo naturalizado.
Preguntarnos sobre qué hacemos y qué dejamos hacer, es parte de sentirnos sujetos capaces de incidir en la vida y política tanto institucional como social.
Desaparece también el proceso de producción de la Universidad en tanto proyecto político “resultante de una confrontación entre opiniones e intereses en permanente proceso de interacción y cambio”(Ares Pons, 1988).

Memoria e institución. Vida o muerte

La historia de nuestra Facultad se preserva gracias a la existencia de actas, informes de comisiones, elaboración de documentos, etc, y de una eficiente labor administrativa en su publicación y archivo. Tarea que funciona a modo de guardián de resoluciones, de acuerdos y desacuerdos, lugar de amparo ante el surgimiento de conflictos a nivel administrativo.
Papeles y más papeles que nos permiten entre otras cosas recordar discusiones, reconstruir determinados hechos y sobre todo recordarnos el nivel de incidencia que tuvimos o no en los mismos.
Lo positivo de esto es que cuando alguien quiera reconstruir la Historia de nuestra Facultad lo va a poder hacer, tenemos material de sobra. Pero me encontré con un problema: la Historia la podremos contar, trasmitir de generación en generación y seguramente quede como parte de nuestro acervo cultural. Trabajar desde una perspectiva histórica sin pensar en los procesos de producción de subjetividad (Guattari) nos hace perder al sujeto como parte de la Historia, convirtiéndonos en objetos de la misma. Desde esta perspectiva habría siempre una Historia oficial, algo que se resuelve y nos resulta ajeno, la Institución empieza también a serlo.
Por otro lado este proceso parece aumentar cuando la memoria institucional queda como un mero acto administrativo, como los mencionados anteriormente.
Pensar en el papel de la memoria en nuestra institución a partir de procesos de desmemoria implica poder recordar, reconstruir la historia desde diferentes visiones, desde sus protagonistas. Poder problematizar y visualizar las diferentes estrategias utilizadas, ubicar los quiebres, permite aprender de ellos.
Si no podemos pensar nuestra práctica, nuestra relación con la institución a la que pertenecemos, nuestra implicancia, ¿qué lugar le damos al acto educativo? ¿cómo lo concebimos? ¿cómo lo pensamos? ¿cómo lo producimos?.
Al parecer la naturalización de nuestras prácticas acrecenta el malestar docente en detrimento del disfrute de nuestro labor educativa. Aparece en forma de “queja” el desempeño estudiantil, las falencias de la institución, del sistema educativo.
Una definición de queja : Der. Reclamación que los herederos forzosos hacen ante el juez pidiendo la invalidación de un testamento por inoficioso.
Si pensamos la función docente como aquella trasmisión que “antecede el acto de heredar, en tanto seleccionar, reactivar, refundar...” (Candeau)
Llevándolo a la Universidad, y a nuestra relación con la misma (desconociendo su contexto y su historia) me pregunto sino seremos los herederos forzosos de un modelo que nos es ajeno o que ni siquiera conocemos.
Heredamos un modelo educativo y un modelo de ser docentes que no construimos nosotros, en tanto colectivo. Lo construyeron otros.
Idolatramos la década del 60, y con ella la lucha por la Ley orgánica del 58’ que consagra a nuestra Institución como parte de la concepción latinoamericana de Universidad, u odiamos el modelo autoritario dogmático implementado por las autoridades interventoras durante la dictadura en nuestro país, costándonos producir nuestro propio modelo.
A uno lo miramos con nostalgia y al otro queremos olvidarlo, no pensamos en ellos para poder aprender, los ponemos a ambos en el olvido. Pero “No es el mismo olvido aquel que ha atravesado la memoria, que aquel que la ha salteado. No es lo mismo el olvido que la amnesia activa, intencional, productora de efectos perversos.”(...) “la fragmentación de memorias colectivas y el desmoronamiento de mitos compartidos signa una arista del malestar de la cultura actual...”(Viñar, 1993) en nuestro caso, ¿podríamos decir institucional?...
Una institución que no pueda pensarse, que no pueda recrearse, reinventarse, desde la confrontación de ideas, en todas sus áreas de conflicto, solo puede dar lugar a la repetición, a la no productividad, a la muerte de las mismas. Convirtiéndonos poco a poco en “olvidadores” , no teniendo juez a quien dirigirnos para que invalide el testamento.

Dice Daniel Gil: “Lo repetido podrá ser lo idéntico, pero no lo mismo. Lo mismo vale para un intercambio (me da lo mismo esto como aquello), lo idéntico son los ecos, los dobles, las almas. Pero la muerte no se repite, la muerte puede representarse a través de la repetición, pero lo que se repite son los sucesos reprimidos. Se repite para no recordar. El recordar es asumir el pasado, adquirir una dimensión temporal, tener una historia, incidir sobre la realidad. Con la repetición queda encadenado a un espacio sin tiempo, a un eterno retorno.”

Los documentos que hoy son portadores de la memoria institucional están ahí, quietos, inmóviles, muertos. No tenemos memoria viva, no tenemos historia, salvo la oficial. Pensar y porque no investigar sobre la relación memoria – docencia- institución permitiría por un lado visualizar las tramas tanto colectivas como individuales y sus procesos de producción. Por otro, generar un soporte simbólico que nos permita seguir con otros nuestra práctica, en tanto docentes universitarios.¿Recordar y trabajar sobre la historia de la institución a la que pertenecemos, y sobre nuestras propias historias, nos permitirá comenzar a sentir que hay algo para heredar a los demás (docentes, estudiantes y a la propia institución)?.
Problematizar nuestras prácticas, reconocer algunas fracturas para saber donde están, cómo se generaron, ¿permitirá resignificar nuestro lugar como universitarios?.

Díaz Barriga, analiza el surgimiento de la concepción educativa pragmática, como un “olvidar” que la educación es un derecho de los ciudadanos, de todos. Esto obliga a preguntarnos sobre la incidencia del modelo neoliberal en nuestras prácticas. Nos obliga a pensarnos en relación a las concepciones de educación superior y universitaria y su relación con el mercado laboral y ya no sólo con lo académico.
La competencia por un lugar en el mercado ¿qué efectos genera en la relación docente-estudiante, futuro profesional-competidor? ¿qué ética sustenta nuestras prácticas?.
¿Habremos olvidado la categoría de ciudadanos ante la producción de la categoría consumidor?.¿Qué consecuencias tiene esto en la construcción a nivel institucional de un proyecto académico- político?.
Los universitarios tenemos la responsabilidad de “transmitir, generar, aplicar y criticar” el conocimiento. Donde “la función crítica implica una profunda reflexión a propósito del conocimiento, la propia Universidad y la sociedad de la cual ella forma parte. Reflexión que brota desde una doble vertiente axiológica: epistemológica, obviamente, pero también ética, especialmente en lo que tiene que ver con el uso social de ese conocimiento”. (Ares Pons, 1989)
Postura ética y política que entre otras cosas permite cuestionarnos: ¿para qué estamos educando? ¿qué proyecto estamos construyendo? ¿qué institución?. Pero sobre todo preguntarnos si nuestro pasaje por aquí, nuestras prácticas ¿merecen un lugar junto al olvido?.


“Sentimos la necesidad de recobrar y reflexionar sobre el pasado, pero sin caer en el culto obsesivo de la memoria, ya que a ésta la entendemos como un camino de liberación y no de servidumbre.
La elaboración de nuestra memoria implica el conocimiento del pasado con todas sus consecuencias, aquello que debe inscribirse en la memoria colectiva como forma de dar una nueva oportunidad al futuro. Es por eso que nunca debe ser entendida como aceptación de la desmemoria. La memoria no es la repetición exacta de algo pasado, sino una construcción activa que cada uno realiza, dependiendo de su historia, del momento y el lugar en que hoy se encuentra, es el pasado que se reconstruye y tiene efectos sobre el presente y, por supuesto, determina una relación con el futuro". (De la desmemoria al desolvido, Ed. Vivencias, 2002)






Bibliografía

•Ares Pons, Jorge, “Concepto de Universidad” en Universidad: ¿Anarquía organizada?. Ed. Fac. de Humanidades y Ciencias de la Educación, Montevideo, 1995.
•Ares Pons, Jorge, “Ética y Universidad” en Universidad: ¿Anarquía organizada?. Ed. Fac. de Humanidades y Ciencias de la Educación, Montevideo, 1995.
•Ares Pons, Jorge, “La universidad política” en Universidad: ¿Anarquía organizada?. Ed. Fac. de Humanidades y Ciencias de la Educación, Montevideo, 1995.
•Castoriadis Cornelius, “Los intelectuales y la historia” en El mundo fragmentado, Ed. Nordan, 1990.
•Castoriadis Cornelius, “Poder, política y autonomía” en El mundo fragmentado, Ed. Nordan, 1990.
•Díaz Barriga, A. Docente y Programa. Lo institucional y lo didáctico. Aique Grupo Editor S.A, Bs. As., 1995
•Ferry, G. Pedagogía de la formación. Capítulos 1,2,3 y 5. UBA. Fac. de Filosofía y Letras, Ed. Novedades Educativas, Bs. As, 1997.
•Freire, Paulo, Pedagogía de la autonomía, Ed. Siglo Veintiuno, México, 1997.
•Gatti, Elsa. “El trabajo con la subjetividad, una asignatura pendiente en la formación docente”. Inédito.
•Ranciére, J. El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. Ed. Laertes, Barcelona.
•Rebellato, José Luis, La encrucijada de la ética, Ed. Nordan, Montevideo, 1995.
•Viñar, Marcelo, Fracturas de memoria Ed. Trilce, Montevideo, 1993.

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